Wednesday, September 30, 2009

Buenos amigos

Adoraba mi departamento nuevo, no era grande, apenas cabían una cama, un baño, cocineta, un remedo de sala y todas rodeadas por paredes blancas que decidí decorar con los rompecabezas que había armado en mi casa, antes de mudarme. Estaba muy feliz porque podía separar el lugar de comer, del de dormir, del de convivencia y de donde me entretengo con una pared o voltear una mesa o girar una silla. Ese lado de la psicología siempre me ha intrigado, pero ahora ya no importa más. Aquí, hoy y en adelante, tengo los espacios que necesito. Corrección: que necesitamos.

Un día, antes de irme a trabajar, cuando no sufría tanto por Cutzamala, metí la cabeza al lavabo para limpiarme la cara. Ya iba tarde así que decidí que sólo me limpiaría y cuando saliera a hacer mis entregas me iría a bañar. A pesar de ser mensajero daba la cara por la empresa y como pasaba poco tiempo en la oficina pocos notaban si me bañaba o no y también eran mensajeros o empleados con un puesto poco importante, así que jamás me ganaba un regaño, pero siempre alguna burla. Cuando el agua pasó mis orejas, comencé a oír voces. Creí que las paredes eran tan delgadas que podía oír a los vecinos. Creí que tenían mal gusto y sus voces eran, digamos, peculiares, demasiado peculiares para merecer mi atención. La mención de mi nombre me hizo voltear de nuevo. Salí del departamento y toqué al vecino, pero no había nadie. No entendía nada, así que preferí salir y no conseguir mi segundo retardo del mes. Al tercero: sin paga y un día menos de vacaciones. Vacaciones que, por cierto, ya debía por una enfermedad a principios de año.

Cuando regresé a la casa después de ser ruletero por el monstruo defectuoso y no haber pasado a bañarme, fui directo a la regadera. Puse las bocinas de cien pesos de tianguis que sorprendentemente siguen funcionando y me relajé con un poco de Bob y Jack Johnson. Cuando sonó “Three little birds” mi rockstar o reggaestar salió de mi boca, pero las voces corales entraron a mis oídos. Salí del baño y fui a tocar al vecino. Me abrió una pequeña y rápidamente cerró. Preguntó: ¿Quién es?Con un poco de risa contesté: “El vecino”. La vocecita huyó y decidió abrir: “Mi abuela dice que está bien que le abra aunque no están mis papás ni mis tíos porque usted puede necesitar algo porque es nuestro vecino y… y… No es tan extraño y por eso puedo hablar con usted. ¿Qué quiere?” La primera apariencia importa, así que le pedí una disculpa por la hora y le pregunté si ella y su abuela –que ahora estaba atrás de la pequeña- se habían puesto a cantar. “No, señor, mi abuela y yo estábamos jugando con nuestros amigos a la casa de muñecas”. Con una sonrisa por la inocencia pedí una disculpa y regresé a mi departamento. Iba pensando en la exótica decoración de una viejita, una niña, un matrimonio y unos tíos y ¡carajo! ¿Cómo cabían dentro de ese cutre?

En mi monólogo crucé el marco de la puerta y creí haber dejado las bocinas prendidas. Pero recordé que no. Entré al baño a ver qué pasaba, el ruido era muy molesto y yo quería, por fin, leer a Hesse. Entré y no había nadie, ni ruido. Volteé a mi libro. Volvió el ruido. No había nada. De regreso al libro. Ruido. Nada. Este estúpido jueguito me estaba costando unas canas. “¡¿Quién chingados pasa?!” –grité y me di cuenta de la estupidez que había dicho. Las risas empezaron, cínicas, descaradas y sin alma. Mi cara se entumió de la sorpresa. Y las risas empezaron a burlarse de mi cara. Pensé en buscar un micrófono o una cámara, hablar al casero, tocar de nuevo a la vecinilla a ver si no había algún grupo de idiotas jugando conmigo, pensé en ir mentarle la madre y callarlo, me imaginé corriendo y rompiendo una fuente de sangre de la cara, pensé en… Nada…Me empecé a cagar de risa con ellos. Toda la noche nos estuvimos burlando los unos de los otros. Tal fue la risa que no me di cuenta de la hora y no llegué al trabajo, ni me molesté en alistarme porque me iban a regresar a casa. Otro día de vacaciones a la cuenta. O tal vez mi empleo. ¿Qué importa?

Los días pasaron y comencé a usar el dinero del puerco para comer, rentar películas y verlas con las voces de mis amigos. A veces cantábamos también. Tocaba el ukulele que me compré y me enseñaban canciones. Hasta aprendí a cocinar mejor por mi amiga. Retomé por vigésima vez el ejercicio, etc. Todo iba bien, tranquilo y buena onda.

Un día, no sé cuál y no me importa, entraron mis padres y las voces callaron. Me encabroné tanto. Los largué de la casa a gritos. Y regresé, tranquilo, con mis amigos. Otro día, de verdad me vale madres cuál, llegaron mis compañeros de la prepa y las voces se callaron. Cabrones, ¿quién les pidió ayuda? No importa, buena onda regresé a mi cama. Muchos de esos encuentros hubo, y todos sin éxito para ellos.

Por la noche, mucho tiempo después, llegó por sorpresa mi familia que tomó un par de llaves del casero y me llevó a casa contra mi voluntad. Ya ahí, cómodo, les conté todo. Y… bueno, ya. Acabé aquí. Pinche manicomio y, encima, me quedé sin libros ni amigos.

 

“Abuelita, abuelita, ¿ahora con quién vamos a jugar a las muñecas?”

2 comments:

MJob said...

heeey buen final!

Emrys1987 said...

me agrado mucho fue excelente!!!