Wednesday, February 25, 2009

Miércoles de ceniza

Salí de mi casa por la mañana con frío sólo para encontrar el clima más caliente y aguantar el saco que llevaba puesto, encima de todo era negro para ayudar al calor. Llegué al trabajo tarde porque el primer semáforo afuera de mi casa no se movió de rojo en cinco minutos dándole así preferencia a una calle pequeña y ninguno de los conductores de la primera fila parecía captar.
Cuando subía por el elevador me di cuenta que el botón superior de mi camisa no cerraba así que antes de saludar a mis colegas fui al espejo. Frente al lavabo, intentando corregir mi apariencia y abrochar el guardaespaldas de la corbata, tiré mi té. ¡Qué bien iba mi día!
Encima de todo, mi desayuno había sido yoghurt de mango que no quita el hambre. Así que sin el té me quitaba el poco de azúcar del dia. Para no desesperar más me fui a reportar con mi jefe; quien no había llegado. Decidí ir al ocio y fundirme con él pero alguien me vio y mis intenciones de herrero desaparecieron para organizar un clóset lleno de expedientes. Tenía dos pasillos de dos metro y entre la línea de en medio y la de cualquier otro lado no habían más de cuarenta centímetros, por lo que moverse era muy difícil. Así estuve hasta las dos de la tarde, hambriento, sediento y mareado por haber salido de un cuarto lleno de aire acondicionado a una temperatura del resto de la oficina.
Esperando que mi día mejorara, me dirijí a la salida cuando oí mi nombre dicho de un timbre de voz de autoridad: mi jefe. Fui con él a ver qué se le ofrecía, se le ofrecía que visitara Palmas y Masaryk y dejara unos papeles nada esperanzadores para los recipientes: no les iban a pagar porque no les era debido, aunque bien pudo haber sido por maña. No lo sé. Encaminé mis pasos a mi coche y me emocioné por la falta de coches; pude arrivar temprano a casa, esperando comer temprano y matar el hambre rápidamente. Como ley de Murphy, el tráfico del que me salvé y por el cual todos los coches estaban en insurgentes antes de periférico había hecho víctima de sus males a mi madre y hermana: no podía comer sin ellas. Seguí en el duelo con el hambre y ella ganaba. Cuando por fin comimos ya era hora de irme a cumplir con mis encargos por miedo a que me cerraran cualquier oficina. El tráfico no ayudó al hambre, la ansiedad y el hartazgo del día. Dejé ambos documentos y moví el volante en dirección de un lugar donde impusieran la ceniza. Por fin salí y bajé del coche después de tres horas.
Harto, cansado, con hambre, ansiedad, con el botó abierto y mal presentado, subí al auto para el último recorrido. Todo el día parecía desesperanza y frustración cuando un rayo divino se asomó sobre mí: un señor, parecía entrado en la vida con cuatro décadas de experiencia, venía caminando entre los coches y al de enfrente mío le dio direcciones de cómo llegar a un sitio. Se dirigía a mí y vi en su frente la cruz trazada con ceniza. Me alegré tanto de ver a un cristiano haciendo buenas obras que mi día cobró sentido, todas las tardanzas, coincidencias y acciones ahora tenían sentido: tenía que ver eso y tener fe en el hombre. Me regocijé y se acercó a mi ventana, le iba a dar dinero por caridad y alegría cuando un rayo de ironía pegó a mis ojos electrificando y atrofiando mi cerebro. De su mano derecha salieron tarjetas de descuento de un "table dance".

Todo cobró verdadero sentido. "No sólo de pan vive el hombre, sino también de las palabras que salen de la boca de Dios". Fue hoy, miércoles de ceniza.

2 comments:

Mondblume said...

Los días así existen solamente para darnos cuenta de los bellas que son las calles vacías, que un té puede ser milagroso, que las vacaciones son necesarias, que los botones pueden tener voluntad propia, que la comida con hambre es realmente buena y que, gracias a Dios, solamente hay un miércoles de ceniza al año. La vida es una gran ironía, y de las ironías hay que aprender a reírse.

MJob said...

suena como un buen día...