A veces puedo entender la desconfianza de la gente hacia los videntes, psíquicos y demás, sí. Al hablar del mundo supralunar, las órbitas planetarias, los cometas, el éter y las constelaciones, entre otras cosas, hay un hecho irrefutable: cambian nuestras vidas. A pesar de eso un día casi pierdo la fe.
Diario me siento en el sillón verde de una plaza que está en la sala; mientras tomo mi té verde recién hecho y humeante, abro el periódico directamente en donde están los horóscopos porque me da miedo leer sobre asesinatos, choques, políticos, sindicatos y mexicanos sin un criterio de interpretación. Me espanté mucho ese día: algo podría salir mal. Como es muy atinado ese profesional de la fortuna corrí a Coyoacán con Madame Esh Tafa, no había ido con ella pero le creía porque hasta tiene su página de internet.
Como en cualquier sábado, Coyoacán brillaba con el sol que caía sobre la gente comprando pulseritas, playeras, gorros; había otros paseando con helados y churros, otros agarrados de la mano, familias enteras desmañadas para alcanzar un buen lugar en los restaurantillos cercanos y no faltaron quienes entraban a los bares para curar la cruda con una cerveza y entre todos poder descifrar qué había ocurrido anoche. En un callejoncito místico encontré el local de Madame. El incienso llenaba el aire que, después de aspirarlo varias veces, me calmó. Estaba todo pintado de un rojo opaco, muy conveniente para contrastar con las estatuillas metálicas de Budas e íconos del tarot. A los otros cuartos los separaban de esas cortinas hechas de cuentas por las cuales se puede ver el humo del cigarro de quienes están del otro lado. Había unos sillones frente al mostrador que hacían de sala de espera, y entre ambos estaba una mesa llena de literatura propia del lugar, algunas revistas de quiromancia, otras de cienciología y otras de espectáculos. Atrás del mostrador adornado de figurillas estaba un joven de no más de 25 años y pelo negro, algunas perforaciones en la cara me dieron la primera imagen de seguridad que necesitaba para estar ahí. Sentada frente a la computadora, haciendo tiempo con un juego en internet mientras esperaba clientes que atender volteó a verme cuando entré y me deseo los buenos días, luego me preguntó que podrían hacer por mí ese día. Se notó su experiencia cuando dijo que si iba ahí es que necesitaba alguna guía, consejo o sugerencia para el día, la vida o la existencia. Me empecé a sentir en casa cuando, sin esperar respuesta, me dio una coca cola bien fría. Le conté lo ocurrido y, con los ojos completamente abiertos, llena de sorpresa y compartiendo mi desesperación por el omen que vi en la mañana, me hizo pasar a la sala donde estaba Madame.
Madame era una señora de mucho cuerpo, tenía gran kilometraje en la cara, pero en ella resaltaba su mirada extraviada que mostraba cuánto sufría por ver el futuro. Tenía las cejas tatuadas en negro bajo las cuáles estaban pintadas unas sombras azul pastel que combinaban con la ropa larga y extravagante, reflejo de un estilo de vida místico y poderoso. Apagó su octavo cigarro del día, cerró ojos mientras tomaba mis manos, los abrió y me dijo que seguramente algo tenía. Así que, consternado por sus habilidades visionarias, me senté poniendo la esperanza de la ayuda en ese sillón en el que tanta gente había encontrado el consuelo y había soltado lágrimas como agradecimiento a Madame.
Sin que pasara un instante más, me leyó las cartas, el café, la mano, el azúcar de la limonada, el cigarro, las huellas de aceite del coche y luego alineó esas interpretaciones con las nubes de ese día soleado. Después de esto me lo dijo: “te asaltarán y perderás mucho”. “Pero, ¿cómo, cuándo, dónde?”, “No preguntes más. El destino lo necesita para… lo siento”. La seriedad en su tono y el humo de los otros 12 cigarros me hicieron llorar al entender la inevitabilidad del destino que arrasaría con mi calma del día. Y yo que había tomado mi té verde y prendido mi vela roja de la fortuna la noche anterior.
Las probabilidades de un asalto en el valle de México no me asustaban, pero después de lo predicho, sí. Debía ir a una comida de la familia de mi novia y cruzar la ciudad hasta un extremo para recogerla y hasta el otro para el evento. Eso hizo temblar a mi cartera y mojar mis axilas. No sabía qué hacer, según yo el destino es evitable y mi primera psíquica me prohibió la superstición, pero con la predicción de Madame era muy difícil obedecer. Después de media hora o más de comerme las uñas y retomar el cigarro, decidí no ir y marcarle a mi novia. “No, chiquita, de verdad… Me caen bien tus papás… No entiendes, el destino lo escribió, ¿qué le voy a hacer?... Aunque sea destino le hago la lucha… No, ese día no le hice la lucha, no me cae bien tu amiga… No, no es otra excusa para irme con mis amigos, créeme... Ya sabía que pasaría esto, eres Cáncer… No, mi amor, de signo zodiacal… Explícales y ya, igual tu papá me la va a mentar por cabr… Capricornio, amor, Capricornio, así reacciona normalmente ante mí… Pero la próxima, vas a ver, nos van bendecir los astros… A ver, flaca, las estrellas sí bendicen… No, ya te expliqué que los volcanes no… Además…” Me colgó enojada y ni siquiera encontré consuelo en ella. No me atrevía a salir de ahí y, como nadie visitaba a Madame, volví a mi sillón para platicar con ella y comprender más sobre la interpretación de signos.
Me calmó un poco, aunque no lo suficiente para salir. Pero Madame, tan buena como pocos, es vidente y psicóloga: me quedé mudo.Hasta tenía sus diplomas colgados en la pared. Me acosté sobre otro sillón, como de esos de las películas sólo que este olía a excesos; seguramente eran almas turbadas que, con la conciencia alterada, se recostaban para pedir consejos. Pasamos todo el día pidiendo tés y cocas y platicando sobre mi vida, los signos, los males, las vibras y hasta me explicó cómo la Guadalupana nos cuida de la mala suerte. Me quedé atónito; cultísima la mujer, de verdad. Además me ofreció de comer unas quesadillas de tortillas de maíz y queso Oaxaca que, aunque no quedaron bien (y no hay que culparla sus manos no son para cocinar, sino para ayudar) me supieron a gloria. Luego trajo el café que, por cierto, resultó de la buena suerte (esto me lo dijo Madame) porque me despertó y animó, qué bruto, me hizo olvidar un poco el asalto. La tarde pasó volando al ritmo de los cigarros que llenaron el cuarto de humo; no me importaba tanto la peste ya impregnada en las alfombras del suelo porque tanto humo le daba un aire de vidente que sí le creía. Ya en la noche me enseñó unos documentales bien científicos de cómo, según el movimiento astral, hay guerras o males en alguna parte del mundo, en algún momento de la historia y que no depende tanto de la gente y sus intenciones; al contrario, depende más de los cuerpos etéreos. Luego puso otro de por qué Nostradamus fue tan gran profeta; queda clarísimo de qué habla cuando se leen sus profecías. Y mi novia.. Incrédula. La pobre.
Ya tarde tomé otro café –también de la buena suerte- y antes de despedirnos la señorita del mostrador con ojos rojos y una sonrisa me dio la cuenta. Yo había llegado a las diez de la mañana y la hora costaba 500 pesos, los otros servicios tenían precios como los de un hospital. Me di cuenta de que esa Madame no era tan buena, no me asaltaron ese día. Pero noté esto al final, ya cansado, cuando el reloj hecho de un dios hindú marcó las cuatro de la mañana y mi tarjeta de crédito la pasaron sudando por la terminal.