Sunday, March 21, 2010

M. Esh Tafa

A veces puedo entender la desconfianza de la gente hacia los videntes, psíquicos y demás, sí. Al hablar del mundo supralunar, las órbitas planetarias, los cometas, el éter y las constelaciones, entre otras cosas, hay un hecho irrefutable: cambian nuestras vidas. A pesar de eso un día casi pierdo la fe.

Diario me siento en el sillón verde de una plaza que está en la sala; mientras tomo mi té verde recién hecho y humeante, abro el periódico directamente en donde están los horóscopos porque me da miedo leer sobre asesinatos, choques, políticos, sindicatos y mexicanos sin un criterio de interpretación. Me espanté mucho ese día: algo podría salir mal.  Como es muy atinado ese profesional de la fortuna corrí a Coyoacán con Madame Esh Tafa, no había ido con ella pero le creía porque hasta tiene su página de internet.

Como en cualquier sábado, Coyoacán brillaba con el sol que caía sobre la gente comprando pulseritas, playeras, gorros; había otros paseando con helados y churros, otros agarrados de la mano, familias enteras desmañadas para alcanzar un buen lugar en los restaurantillos cercanos y no faltaron quienes entraban a los bares para curar la cruda con una cerveza y entre todos poder descifrar qué había ocurrido anoche. En un callejoncito místico encontré el local de Madame. El incienso llenaba el aire que, después de aspirarlo varias veces, me calmó. Estaba todo pintado de un rojo opaco, muy conveniente para contrastar con las estatuillas metálicas de Budas e íconos del tarot. A los otros cuartos los separaban de esas cortinas hechas de cuentas por las cuales se puede ver el humo del cigarro de quienes están del otro lado. Había unos sillones frente al mostrador que hacían de sala de espera, y entre ambos estaba una mesa llena de literatura propia del lugar, algunas revistas de quiromancia, otras de cienciología y otras de espectáculos. Atrás del mostrador adornado de figurillas estaba un joven de no más de 25 años y pelo negro, algunas perforaciones en la cara me dieron la primera imagen de seguridad que necesitaba para estar ahí. Sentada frente a la computadora, haciendo tiempo con un juego en internet mientras esperaba clientes que atender volteó a verme cuando entré y me deseo los buenos días, luego me preguntó que podrían hacer por mí ese día. Se notó su experiencia cuando dijo que si iba ahí es que necesitaba alguna guía, consejo o sugerencia para el día, la vida o la existencia. Me empecé a sentir en casa cuando, sin esperar respuesta, me dio una coca cola bien fría. Le conté lo ocurrido y, con los ojos completamente abiertos, llena de sorpresa y compartiendo mi desesperación por el omen que vi en la mañana, me hizo pasar a la sala donde estaba Madame.

Madame era una señora de mucho cuerpo, tenía gran kilometraje en la cara, pero en ella resaltaba su mirada  extraviada que mostraba cuánto sufría por ver el futuro. Tenía las cejas tatuadas en negro bajo las cuáles estaban pintadas unas sombras azul pastel que combinaban con la ropa larga y extravagante, reflejo de un estilo de vida místico y poderoso. Apagó su octavo cigarro del día, cerró ojos mientras tomaba mis manos, los abrió y me dijo que seguramente algo tenía. Así que, consternado por sus habilidades visionarias, me senté poniendo la esperanza de la ayuda en ese sillón en el que tanta gente había encontrado el consuelo y había soltado lágrimas como agradecimiento a Madame.

Sin que pasara un instante más,  me leyó las cartas, el café, la mano, el azúcar de la limonada, el cigarro, las huellas de aceite del coche y luego alineó esas interpretaciones con las nubes de ese día soleado. Después de esto me lo dijo: “te asaltarán y perderás mucho”. “Pero, ¿cómo, cuándo, dónde?”, “No preguntes más. El destino lo necesita para… lo siento”. La seriedad en su tono y el humo de los otros 12 cigarros me hicieron llorar al entender la inevitabilidad del destino que arrasaría con mi calma del día. Y yo que había tomado mi té verde y prendido mi vela roja de la fortuna la noche anterior.

Las probabilidades de un asalto en el valle de México no me asustaban, pero después de lo predicho, sí. Debía ir a una comida de la familia de mi novia y cruzar la ciudad hasta un extremo para recogerla y hasta el otro para el evento. Eso hizo temblar a mi cartera y mojar mis axilas. No sabía qué hacer, según yo el destino es evitable y mi primera psíquica me prohibió la superstición, pero con la predicción de Madame era muy difícil obedecer. Después de media hora o más de comerme las uñas y retomar el cigarro, decidí no ir y marcarle a mi novia. “No, chiquita, de verdad… Me caen bien tus papás… No entiendes, el destino lo escribió, ¿qué le voy a hacer?... Aunque sea destino le hago la lucha… No, ese día no le hice la lucha, no me cae bien tu amiga… No, no es otra excusa para irme con mis amigos, créeme... Ya sabía que pasaría esto, eres Cáncer… No, mi amor, de signo zodiacal… Explícales y ya, igual tu papá me la va a mentar por cabr… Capricornio, amor, Capricornio, así reacciona normalmente ante mí… Pero la próxima, vas a ver, nos van bendecir los astros… A ver, flaca, las estrellas sí bendicen… No, ya te expliqué que los volcanes no… Además…” Me colgó enojada y ni siquiera encontré consuelo en ella. No me atrevía a salir de ahí y, como nadie visitaba a Madame, volví a mi sillón para platicar con ella y comprender más sobre la interpretación de signos.

Me calmó un poco, aunque no lo suficiente para salir. Pero Madame, tan buena como pocos, es vidente y psicóloga: me quedé mudo.Hasta tenía sus diplomas colgados en la pared. Me acosté sobre otro sillón, como de esos de las películas sólo que este olía a excesos; seguramente eran almas turbadas que, con la conciencia alterada, se recostaban para pedir consejos. Pasamos todo el día pidiendo tés y cocas y platicando sobre mi vida, los signos, los males, las vibras y hasta me explicó cómo la Guadalupana nos cuida de la mala suerte. Me quedé atónito; cultísima la mujer, de verdad. Además me ofreció de comer unas quesadillas de tortillas de maíz y queso Oaxaca que, aunque no quedaron bien (y no hay que culparla sus manos no son para cocinar, sino para ayudar) me supieron a gloria. Luego trajo el café que, por cierto, resultó de la buena suerte (esto me lo dijo Madame) porque me despertó y animó, qué bruto, me hizo olvidar un poco el asalto. La tarde pasó volando al ritmo de los cigarros que llenaron el cuarto de humo; no me importaba tanto la peste ya impregnada en las alfombras del suelo porque tanto humo le daba un aire de vidente que sí le creía. Ya en la noche me enseñó unos documentales bien científicos de cómo, según el movimiento astral, hay guerras o males en alguna parte del mundo, en algún momento de la historia y que no depende tanto de la gente y sus intenciones; al contrario, depende más de los cuerpos etéreos. Luego puso otro de por qué Nostradamus fue tan gran profeta; queda clarísimo de qué habla cuando se leen sus profecías. Y mi novia.. Incrédula. La pobre.

Ya tarde tomé otro café –también de la buena suerte- y antes de despedirnos la señorita del mostrador con ojos rojos y una sonrisa me dio la cuenta. Yo había llegado a las diez de la mañana y la hora costaba 500 pesos, los otros servicios tenían precios como los de un hospital. Me di cuenta de que esa Madame no era tan buena, no me asaltaron ese día. Pero noté esto al final, ya cansado, cuando el reloj hecho de un dios hindú marcó las cuatro de la mañana y mi tarjeta de crédito la pasaron sudando por la terminal.

Tuesday, March 09, 2010

Yocasta cobarde, muérete

Es muy fácil pedirle a alguien contar un chisme, un rumor o la verdad, y para muchas personas es fácil soltar lo que saben; pero no para mí. Irónicamente, la cura para alejarme del trauma es, según la psicóloga, sólo cuestión de desahogarme. Claro, es muy fácil decirle a cualquiera qué debe hacer. Sobre todo para los médicos que, sentados tras su lujoso escritorio con plumas y relojes tan caros como una colegiatura de universidad, escriben una receta de medicamentos que, más que medicinas, prescriben un cambio de vida. Así para cualquiera es sencillo. Un doctor me dijo sobre la necesidad que yo tenía de tomar unas pastillas para controlar la atención, y otras cosas que no quiero nombrar. Diario se me complica bastante tomarlas porque olvido cuándo debo hacerlo, cuáles debo tomar, para qué sirve cada una y todas esas cosas y palabras con las que un doctor explica lo que va a pasar como si supiéramos qué significan todos esos términos o los efectos de no hacerlo. Todos ellos creen que estudiamos lo mismo que ellos y se te quedan viendo con una sonrisa que dice: “Te quiero ayudar (Pero no te olvides de pagarme)”. Y, encima, exigen respeto y comprensión cuando uno se levanta de la silla y le grita que es un pendejo y no tiene puta idea de que está pasando; todavía dice que sí, el muy cabrón con su Mercedes Benz del año. Los médicos no son los únicos que quieren comprensión, también los amigos, los de la escuela, los del trabajo, los superiores, los padres y un largo etcétera en el cual me incluyo. Aunque yo sí me mido bien, no como mi mejor amigo. Cuando iba con él hasta su casa (él nunca fue a la mía) me dijo que debía calmarme, tomar las pastillas, llevármela leve, reflexionar y entender las consecuencias de mi estilo de vida y sí, digo, los amigos siempre se preocupan por nuestro bien, pero no me entendía. Además, siempre quería hablar hasta el cansancio sobre los problemas con su novia gorda, jetona y apestosa; no paraba de hablarme de sus vicios y todo el tiempo tenía que escuchar sus aventuras con excesos asquerosos y detalles vomitivos. La última vez que lo vi me contó de cómo se había puesto hasta la madre con todo lo que encontró y que así se cogió a su vieja, sin condón; cagándose de miedo el pendejo fumaba un cigarro cada dos minutos mientras esperaba que le dijera que seguramente no la había embarazado. Y todavía me pedía reflexividad. Nadie está para meterse con mis decisiones ni con mi vida, al final siempre es cada quién, ¿no? Pues sí, cada quien puede hacer de su culo un papalote y volarlo como le venga en gana y quien no respete eso se aguanta a lo que pase. Sí, así es; estoy seguro. Tan seguro como lo estoy de poder decidir mi vida y por eso hice bien al no escuchar a mi mamá cuando decía qué hacer y qué no. Mi mamá repetía mucho cuánto importa el ejercicio y distraerme de mi ocio, pero él es la mejor fuente de inspiración; quita la monotonía a todo y ya no necesito más. Ella insiste en que sí. Si yo supiera dónde está mi papá, tal vez le preguntaría su opinión y tal vez me daría la razón. No lo sé, mi mamá siempre hablaba de nuestro gran parecido de ideas. A mí realmente me importa un carajo si es así o no. Me conozco y sé que no haría eso a un hijo ni lo dejaría solo con su madre. Eso jamás. Y bueno, no estoy tan seguro de ese “jamás”. Por ejemplo, yo había dicho que jamás fumaría y diario me quemo diez; también, después de mi primera noche ebrio, juré y volví a jurar jamás tomar de nuevo. Y hasta hace poco algunos me llamaban alcohólico, aunque el alcohol no fuera el único culpable de mi locura. Tal vez tenían algo de razón, igualito que mi mamá. Ella dice que tengo problemas serios. Me lo dice con su jeta toda chupada por todos los pinches cigarros que le han fumado los años y le dejan arrugas en la cara. Me dice que tengo problemas y la vieja se la pasa echada en su cuarto al que no le abre ventanas y sólo concentran más la peste de una cincuentona que no se baña. Estoy harto de que me lo repita y no se canse, ella no se cansa nunca. Desde chico ya me llamaba lacra y decía que hijo de tigre pintito, bueno-para-nada, inútil, peor-es-nada, desperdicio, borracho, loco, pendejo y otro largo etcétera vomitado a cada enojo suyo cuando fallaba en hacer todo tan exactamente como ella quería. Le pedía que se alejara y no lo hacía. Por eso, un buen día, me alejé de ella y de la escuela. Recuerdo cuando en la escuela me dejaron leer el mito de Edipo y averiguar sobre la inevitabilidad del destino, el acertijo, y todo eso. Un día que leía de eso conocí a Pamela, vio el libro desde donde estaba sentada y caminó hacia mí. Hablábamos de eso y ella me enseñó que una mujer busca un hombre como su padre y un hombre busca una mujer como su madre. Ah, también me dijo que eso se llama “complejo de Edipo”, pero con mi madre me es imposible comprender porque alguien querría esa chingadera para sí, a la fecha no lo hago. Tampoco comprendo por qué importa tanto la escuela cuando enseñan tan pocas cosas realmente importantes. No estaba seguro de nada de eso hasta que conocí a Pamela poco antes de salir de la escuela. Ella, con sus ojos verdes, pelo negro y pecas en la cara era la más maternal, linda, preocupada, interesada, chistosa, lista, alegre, sociable y muchos otros adjetivos que provocaban un gran contraste entre ambos; me alejaba más de querer a alguien como mi mamá. Es una lástima que su personalidad no fuese fuerte y acabara por imitar a mi mamá. Es que iba muy seguido a la casa pues rogaba que fuéramos para entenderme y ayudarme; por eso regresé a casa. Pero entendió poco y escuchó tanto de la boca de mi madre que dejó de verme como víctima. Poco a poco la vi mezclarse, fundirse y confundirse con mi mamá; empezó a parecerse mucho a ella, tanto, que hasta la cara se le iba chupando a la pobre y me escupía gritos al regañarme: dejó de ser mi musa, mi sueño y mi Beatriz. No lo noté hasta un día en mi cuarto. Estábamos solos una noche que me fue a dejar, ebrios como tantas veces. No estaba en mis cinco sentidos, ni ella. La calentura se aprovechó del alcohol y nosotros de la cama y todo estuvo bien. El sexo es perfecto para conocerse y reconciliarse. Sólo que, después del trance, caí y rompí algo, no recuerdo bien qué la lastimó pero ella se enojó, se enojó mucho. Y me empezó a regañar como mi mamá, y a ver como ella, y hablar como ella y a regañar como ella y a odiar como ella. En ese momento entendí todo: yo fui Edipo y Pamela la Yocasta ignorante de su pecado, la Yocasta que odié y no se atrevió a hacer lo que debía.




Espero que la psicóloga tenga razón y el desahogo me ayude para así, tal vez, un día detallar cómo asfixié a Pamela. Quizá hasta diga cuánto disfruté exprimir el último aullido de mamá metido en la garganta de Pamela mientras su cara carcomida se hacía cada vez más pálida. Así, tal vez, un día puedan entenderme y entender por qué hube de ayudar a esa Yocasta.

Wednesday, March 03, 2010

Qué hacer en caso de…

¿Qué hacer si un día espera que la tecnología le responda todo?

¿Qué hacer si quiere encontrar un lugar nuevo donde perder los sentidos en viernes? Tome su celular con internet, busque recomendaciones baratas y vaya al lugar.

¿Qué hace si un día se encuentra sin dinero y necesita pagar una cuenta que lo dejo en dos sentidos? Hable a su casa, pida perdón y pregunté si puede usar la tarjeta.

¿Qué hacer si después se pierde en la calle? Tome un taxi con GPS y vuelva a casa.

¿Qué hacer si, después de eso debe recuperar al menos 2 sentidos? Deténgase para vomitar por culpa de leer en movimiento. Pague al taxista extra por vomitar y pida otro taxi.

¿Qué hacer para pedir otro taxi? Primero debe recuperar los sentidos, vaya a sacar dinero al cajero para comprar comida en la tienda y simular dos sentidos más.

¿Qué hacer si lo asaltaron en ese lapso? Busqué en su GPS dónde está y camine a casa.

¿Qué hacer si debe reconocer signos faciales de enojo y dar una explicación coherente de lo ocurrido a su madre? Nada. Ya valió madres.

¿Qué hacer si sigue confiando en la tecnología sin reconocer su propia estupidez humana? Jódase un rato reflexionando en lo que ahorra para reponer todo lo que perdió. Mientras tanto, espere a que su madre le vuelva a hablar por haber vomitado la sala y decirle que le valía madres.