No sé qué debas hacer. Deja de preguntarme. No, sabes que lo ignoro. No lo quiero ni lo quise. Sí, a ti sí. Pero… Ya, basta. Me asustas. Yo sólo creí que, eras más, te vi en un pedestal y lo único que hice fue aventarte flores. Mas tú aventaste, de regreso, a mi cara, las espinas y en mis ojos se clavaron, sólo vi sangre y mis lágrimas no pararon de correr, con el corazón en la mano regresé caminando a casa; sólo ahí, en casa, sanaremos. Con el corazón en la mano, me regresé por la oscuridad que cubre todo el asfalto y los árboles moribundos, lloran y riegan de frío el cemento que cubre las calles y todo se vuelve peor. Peor es porque los árboles desfallecen, se hieren y la luz que los avivaba, el sol, se fue. Quedan los faros amarillos, un amarillo de enfermedad; una enfermedad del alma, una melancolía, una añoranza y un recuerdo lejano y borroso. Esos faros amarillos son lo que queda de una luz que resplandeció en ambos, y ahora, su guía, nos lleva de la mano, de regreso a encontrarnos a nosotros pero no sin la experiencia que nos dan la calle congelada y las luces melancólicas para algún día ir por otro camino. Debe haber otro camino, es obvio, no es a la casa vieja, es a la nueva donde la esperanza ansía llegada de sus anfitriones, la paciencia y el coraje, esperan a un lado, todos estarán recordando una promesa. Es una promesa, un compromiso. Promesa de que las mariposas se irán, pero no el cariño, no los detalles; ellos no, son fieles. Y su fidelidad cuesta, porque cada mañana hay que recordarlos, sin ellos todo está perdido, porque cuando llega la cotidianeidad y nos pega a la cara tenemos que recordar que el sol siempre sale así, y los pájaros cantan igual diario, no para aburrirnos sino porque nos recuerdan la belleza del día a día y la precisión con la que fueron hechas.
Te dije que no quería ser tu amigo, que sólo quería ser tu amante; sin que importase cómo acabara o cómo empezaría, yo te quería. Olvida tu casa, olvida a la vieja casa, te dije. Vámonos o las calles perderán el pasto y el sol se apagara en pequeñas luces, te supliqué. No lo niegues. No lo niegues, te lo grité. Te dije más cosas. La infraestructura colapsará de brotes de voltaje. Avienta las llaves, deja a tu familia. Olvídate de tu casa, de la vieja. Yo haré lo que me toca. Las migajas alimentan, también, a los perros. No lo niegues, te lo ofrecí, te lo prometí, grité y lloré: sí, será difícil, pero vale la pena.
Salud, a ti, a tus tiempos. Adiós a ti, a tu risa y a tus caderas. Conmigo vienen los recuerdos, serán notas de un pasado querido.
Sin más, me voy.
Suerte.