Después de un merecido día de duro trabajo, subí a mi cuarto. Hice un recuento de mi día y me di cuenta que un árbol estaría ahora más feliz, que mi bonsái se desarrollaría mejor, que la madre tierra no se estaría calentando más por mi culpa, que un hijo de Dios comió en la calle y tantas otras maravillas. En ese momento cayó un libro que había puesto mal y éste despertó a uno de mis hermanos con los que duermo; le pedí una disculpa de todo corazón y sin pensar volvió a caer en el sueño. Sin más, me vestí para dormir, hice mi examen de conciencia, pedí perdón y di gracias a Nuestro Señor y me entregué al desvarío del sueño. Antes de dormir, el tren mental pasó por cada estación del día mientras mi cuerpo llegaba a su parada final. Ya estaba quieto y contento por dar testimonio de mi fe.
En ese momento, un zumbido atacó mi calma por un oído; pero él no estaba satisfecho, así que me procuró tortura en estéreo. Tomé la almohada y comencé a pegar al aire hasta que no oí más. Como dije: pegué al aire; porque él seguía ahí. Así que de nuevo me quedé inmóvil, sólo que esta vez viendo hacia arriba listo para atrapar al cazador de sueños. Yo, muy listo como siempre, lo capturé entre mis manos para no acabar con una creación de Nuestro Señor, salí del cuarto para no despertar a mis hermanos y fui al baño. Prendí la luz y lo vi quitándome sangre.
-¿Hermano mosco, qué haces?
-Vengándome.
-Primero que nada, hermano mosco, te pido una disculpa por haber atentado contra tu vida, tú, criatura divina. Pero, hermano mosco, has venido a este cuarto cada noche y traído grandes males a mi reposo y a los otros hijos de Dios que conmigo intentan dormir, pero yo quiero contigo hacer las paces para que no merezcas la muerte.
-De acuerdo, lo haré.
Con el perdón en el corazón lo llevé de nuevo al cuarto, lo dejé libre y volví a dormir, hasta que oí un aplauso. Lo tomé entre mis manos y regresamos al baño.
-Hermano mosco, ¿qué haces molestando?
-Es que tengo hambre.
-Hay un perro abajo.
-¿Y qué? No me importa, quiero su sangre.
-Pero, hermano…
-“Hermano” nada, no soy tu hermano. Ni hijo de Dios ni nada.
-Entonces eres un hijo de la chingada.
Y una palmada acabó con otro hijo de Satán y me quedé quieto y contento por dar testimonio de mi fe.